S.O.S.

Don't Panic.

miércoles, 19 de enero de 2011

Humedad- Primera Parte.


El barro ensuciaba mis pies descalzos. La humedad hacía que se me empañase la vista. Avanzaba entre la vegetación con paso tranquilo.
El lugar estaba lleno de miles de animales inverosímiles, ranas transparentes, serpientes con plumas, pájaros con pies... Todo aquello parecía sacado de una novela de Neil Gaiman. Las plantas de esa especie de selva tropical no poseían hojas verdes, sino rosas y sus flores eran enormes; con estambres larguísimos y pétalos aterciopelados. Era todo tan familiar.
Iba semidesnuda; mi torso estaba cubierto con un sencillo vestido de tul negro que me llegaba por las rodillas. Era precioso, pero a la vez tan increíble.
Seguía avanzando, pues, por entre la maleza. Un enorme claro se abrió ante mis ojos. Me tumbé en el suelo húmedo. Desde esa perspectiva todo era aún más impresionante. De repente, un pequeño gato se sentó a mi lado. Ronroneaba.
Me levanté, y aupé a tan pequeña criatura. El minino saltó a mis brazos. Lo tenía cogido como un bebé. Era tan agradable, no quería que se acabase; que aquella sensación de no esperar nada y sentirse tan feliz no se fuera nunca. Jamás.
Avanzaba con el gatito en mis brazos entre los árboles. Todo era tan familiar. Yo había estado allí antes, eso era seguro, pero, ¿cuándo?.
Mis pies se movían solos, sabían cual era la meta, mi destino. Decidí seguirlos. Después de un rato llegué a una zona extremadamente frondosa. No se podía no caminar. Aquello no impidió que , entre el follaje, lo viera. Un escalofrío recorrió mi espalda. El precioso felino se estremeció, y despertó de su siesta. Sí, era él.
Con una daga que sacó del pantalón, cortó las ramillas y tronquillos que se encontraban entre nosotros. Ya con el camino despejado, se acercó, y, como siempre, se quedó ahí parado mirándome con esos impenetrables ojos azules. Decidí mantener la mirada fija en los suyos. Bajó la mirada. -“¿Qué haces aquí?”- preguntó con un tono desagradable. -“Y tú, ¿qué haces tú aquí?”- pregunté a la defensiva. Sin respuesta. -“¿Qué haces así vestida? ¿No tienes frío?”-Dijo él, cambiando de tema. -“No sé, pero, la verdad es que me encuentro un poco fría.”- respondí.
De una pequeña maletita que llevaba a la espalda, que pasaba desapercibida, sacó un precioso vestido azul de terciopelo, parecía hecho con los pétalos de las flores del lugar.
-“Toma, póntelo, es un vestido un tanto más abrigado.” . -“Gracias”- respondí suavemente.
Me fui con el nuevo vestido a un rincón tapado para cambiarme. Era de ensueño; las mangas, un poco rasgadas hacían que pareciese un ángel negro. Una cosa que me extrañaba, era que el vestido era de mi talla, es decir, me quedaba como un guante.
- “Te queda bien- afirmó- ahora podemos irnos a la cabaña.”. –“¿A la cabaña? ¿¡Quieres decirme que en este lugar tan extraño tienes una cabaña!?”- pregunté asombrada.
Sin respuesta. Se giró sobre sus talones y comenzó a andar. Yo seguía pasmada, y, como no quería estar sola, decidí seguirle. Después de unos cuantos minutos llegamos a la cabaña. Estaba completamente hecha de madera. Era bastante pequeña, pero tenía un aspecto de lo más acogedor. De pronto, me sentí muy cansada, tenía unas ganas locas de entrar ahí dentro al calorcito de la chimenea que sobresalía del tosco tejado.
De la misma maletita sacó una llave muy grande, tenía el aspecto de ser muy antigua. La empuñó con firmeza y entramos en la cabaña. Dentro, todo estaba muy oscuro y caí en la cuenta de que no había electricidad. Un par de velas iluminaban la pequeña estancia, que hacía las veces de salón, comedor y cocina. Al fondo, se veía un pequeño desván al que se accedía por una escalerilla de mano, también de madera. Parecía el dormitorio.
-“¿Vives aquí?”- pregunté extrañada. - “Sí,- respondió cálidamente- es una especie de refugio. ¿Te gusta?”. - “La verdad es que no está mal,- dije- ¿sabes cocinar?. Me muero de hambre.”
Se dio la vuelta y se acercó a la minúscula cocina y empezó a trastear. Entre mis brazos, el gato estaba revolviéndose. Lo dejé en el suelo. Salió corriendo y fue a una esquinita a acurrucarse. De la cocina empezó a salir un olorcillo apetitoso. Olía a carne a la parrilla. Mi estómago rugía sin parar. La comida ya estaba lista. Sacó dos platos y colocó las piezas de carne. Colocó un sencillo mantel dos vasos y, como no, los platos. La carne estaba exquisita. Me la acabé en un pispás.
Después de cenar, me enseñó su cabaña. Para mi gusto, un poco rústica. Me dejó en el dormitorio, se iba a duchar. Me dijo que le esperara, porque íbamos a salir a ver las estrellas. No pude esperar, y me quedé dormida en el suelo frío.
Cuando desperté, estaba en una cama muy cómoda. A mi lado, el gatito azul. Lo acaricié un rato, hasta que noté unos ojos clavados en mi nuca. Al girarme lo ví, ahí sentado , observándome. Seguía igual de guapo.
- “Te quedaste dormida”- me dijo. -“Siento haber chafado tus planes,- dije, tapando mi cara con la colcha- no era mi intención.” .
Se acercó, hasta que tuvo su cara lo suficientemente cerca de la mía para que notase el palpitar de su corazón.
- “Eres tan dulce…”- dijo él, plantándome un beso en la mejilla. Me quedé atontada.
Me incorporé lentamente. Olía un pelín mal, me tenía que duchar.
Salí al exterior, cogí una toalla y me fui a duchar. Cuando volví, me esperaba, con el desayuno en la mesa. Dijo que teníamos planes para esa tarde.
Mientras desayunábamos, no paré de mirarle. Tenía el pelo más largo que de costumbre, y un poco más rizado. Los mechones rubios le caían por la nuca. Estaba muchísimo más alto. Y más fuerte, todo hay que decirlo. Eso sí, seguía conservando la misma sonrisa tan divertida, que me había seducido.
-“¿Tienes ganas de dar una vuelta por el bosque o te vas a quedar dormida?”- preguntó mientras se reía. Decidí no responder, a cambio le miré fijamente a los ojos. Se sonrojó. -“Venga, vámonos, ¿oye, tendrás frío?”- dijo mirándome de arriba abajo. -“¿Tendrías algo para mí? ¿Pantalones, camisetas, alguna chaqueta..?”
Subió corriendo, y al bajar, tenía unas zapatillas, unos vaqueros, una chaqueta y una preciosa camiseta. Todo de mi talla. Qué extraño era todo. Me cambié, y salimos al bosque. Lo de la ropa era bastante raro, no podía comprender como todo fuese de mi gusto y de mi talla, era como si lo hubiese comprado expresamente para mí.
Caminamos en silencio durante un par de minutos. El gato venía conmigo. Lo llevaba en un pequeño zurrón que encontré en la cabaña. Caminamos un trecho más hasta que llegamos a la orilla de un precioso lago de aguas turquesa. Nos sentamos en unas piedras. No sabía por qué, pero me atraía mucho. Tenía ganas de darle un abrazo, pero, por otro lado, no sabía ni dónde estaba ni cómo había llegado allí. Permanecimos mucho rato en silencio. De su mochila sacó un par de bocadillos y dos cantimploras con agua. -“Toma, para que tengas fuerza para la vuelta, será una larga caminata y por la noche será más duro”- dijo, tendiéndome el bocadillo. -“Muchas gracias, pero, ¿es que se va a hacer de noche ya?”- pregunté dándole el primer mordisco al bocata. -“Aquí se hace de noche muy pronto, además, estamos en invierno”- dijo, dándole un sorbo a su cantimplora. Acabamos de comer. Él decidió darse un baño en el lago para refrescarse, yo, en cambio, me quedé en la orilla para disfrutar de unos minutos de soledad.
Cuando salió del agua, yo estaba tendida en el suelo, mirando el cielo. Se tumbó a mi lado, y me miró. Poco a poco se fue acercando a mí y me besó. Lentamente nuestros labios se fundieron. Después de un rato abrazados, el me preguntó: “Todavía no me has contestado”. -“Ni tú a mí”- dije. -“Clara, estás en mi cabeza”- dijo mientras volvía a clavar sus ojos en los míos. “¿En tu cabeza? Eso no puede ser. ¿Cómo he llegado hasta aquí?”- dije mientras las lágrimas brotaban de mis ojos.- “De la misma manera que yo entré en la tuya”- respondió
Todo encajaba, aquel grotesco mundo pero a la vez bello; la ropa…
Todo se tornó negro y desperté en una playa, sola, otra vez.




Para B., siempre.

martes, 11 de enero de 2011

Rosa envenenada.

Salí al jardín. Iba con una camiseta vintage, una falda de tul y unas medias azul cielo. Mis rizos estaban recogidos en una diadema, también azul. Levaba los labios pintados de un suave rosa palo, que los hacía parecer muy delicados.
En una mano, una cesta de mimbre, en la otra unas tijeras de podar. Quería recoger algunas flores, que perfumaran mi habitación. Opté por las rosas.
Al cortar la última me pinche. La sangre brotaba de mi dedo, no paraba de salir. Además, escocía. Entonces comenzó el dolor.
Vendé mi mano, procurando no apretar demasiado para no cortar la circulación sanguínea. Paró de salir sangre, y al cabo de unas semanas la herida cicatrizó, y todo pasó. Las rosas se pudrieron, dieron mal olor. Las cambié y todo sigue igual.
A excepción de ti.













Brevemente, Cler.