El paisaje nevado quema mis mejillas, quema la mirada.
Ipso facto.
Camino por un valle, cubierto de lágrimas frías, heladas. Parece que no hay nada, parece tan despoblado...
Pero, ahí, al fondo, muy al fondo. ¿Lo ves?
Son quimeras. Doce cabezas en total. Una cabeza de León, reparó en mí. Entonces todo fue muy rápido. Miré a mi alrededor buscando algún lugar al que huir. Y yo también reparé en mi. Llevaba una armadura puesta, y una espada ensangrentada con empuñadura de bronce colgada al hombro. Estaba perdida en ese mundo blanco. Decidí enfrentarme a mis miedos, que corrían hacia mí.
Empuñé la espada y me dirigí hacia ellas. Corte cabezas, y muchas, recibí golpes.
Poco después de acabar con ellas, decidí tumbarme en la escarcha. Estaba sangrando, pero no me dolía.
Rojo. Sangre.
Me levanté y decidí ir a buscar algún tipo de vida humana con la que poder hablar. De repente te vi... ¡¿Qué hacías en mis sueños?! Estabas sonriendo, ajeno a lo que había pasado. Eras tú. Caí de bruces sobre la escarcha, pro esta vez si que me dolió. Con la cabeza apoyada sobre el suelo, sentí tu presencia. Agarraste mi cabeza con delicadeza y como si de un suspiro se tratase, me diste la llave. "No dejes que te hunda"
SAL DE MI CABEZA
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