En lo más profundo de los océanos y mares, hay vida. Incluso donde es inimaginable. Son seres grotescos, de colmillos afilados, ojos saltones y fauces mortíferas.
Yo me imagino, que el odio debe ser algo parecido, ideas viles.
El odio, debe ser un pez, que va nadando por nuestro cerebro buscando descontrol. Sus movimientos, ágiles y sus ideas, claras. Con una pequeña lucecita, que, situada en el cráneo del mismo, atrae a sus víctimas. Ingenuos deseos, bonitos recuerdos y felices ideas, que bailan con una armonía sutil por el cerebro. Bailan baladas, canciones rockeras y hasta la más dura canción de heavy metal.
Cuando el odio ha conseguido llamar la atención de una de sus ingenuas presas, la conduce a algún lugar oscuro y frío. Entonces, sus queridas compañeras de profesión, percatan que falta algo, el recuerdo de ese ser tan amado. El caos comienza. Miles de alarmas resuenan por tu cabeza. Ahí es donde comienza ese aparatoso y muy odiado dolor de cabeza.
El odio sigue teniendo secuestrada a esa idea. En ese preciso instante, clava su aguijón envenenado en su presa. El humano, de un momento a otro comienza a odiar a ese recuerdo y llora.
Llora dejando libres a las frías y monótonas lágrimas abisales.
Cler y su azul oscuridad.
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